Esta puerta no es perfecta. Su madera está agrietada, su pintura inexistente, y el metal con el que un día intentaron repararla se ha oxidado. Pero es ahí, sin lugar a dudas, en todas sus imperfecciones, donde reside su auténtica belleza.
Cada grieta, cual cicatriz, cuenta, para quien quiera escuchar, una historia pasada, y cada mancha de óxido es prueba de los años que ha resistido. Su belleza no es pulida ni artificial, como la que se persigue hoy en un mundo que idolatra la perfección, es una belleza natural, consecuencia del paso del tiempo y también, en ocasiones, por crueldad de la vida.
Y al igual que esta puerta, son nuestras cicatrices e imperfecciones las que nos dan carácter y las que, sin duda, nos conectan con la realidad. Sin embargo, a menudo nos empeñamos en buscar una perfección inalcanzable, cuando lo valioso verdaderamente es aprender a ver y aceptar esa belleza imperfecta que cada uno de nosotros lleva dentro.
(Xálima)
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