A veces no hay que mirar muy lejos para entender en qué punto estamos, basta con contemplar lo que llevamos entre nuestros dedos. Un objeto cualquiera puede convertirse en un símbolo. Porque más allá de su función, está lo que representa: un hábito que cambia, una elección que nos define, un gesto que nos libera…
Hoy mi mano sujeta algo, pero sin duda, también habla de mí: del recorrido que dejo tatuado en mi piel, de las decisiones que decoro con detalles, del equilibrio entre fuerza y ternura.
Lo que somos es tan simple como esto. En cómo nos adornamos, en cómo nos mostramos al mundo, en lo que decidimos “agarrar” o “soltar”.
Hoy, en mi paseo matutino por Sevilla, esta escena atrapó la atención de mi objetivo:
El vuelo moderno de las Setas cobijando -abrazando casi con ternura- la silueta de una cúpula de otra época. Como si el presente enmarcara el pasado para que este siga brillando…
En Sevilla tradición y vanguardia no compiten: dialogan. Y se enriquecen mutuamente. Todo convive sin prisas, al ritmo pausado del alma sevillana.
(𝒳á𝓁𝒾𝓂𝒶)
“El pasado está escrito en la memoria y el futuro está presente en el deseo.”
(Carlos Fuentes)
Foto: Setas y Cúpulas. Un diálogo de tiempos en Sevilla
Hay días en los que Sevilla se da el lujo de ser ella misma sin pedir permiso. Esta imagen, tan habitual en estos días, lo expresa perfectamente: lo cotidiano y lo extraordinario se dan la mano con la naturalidad de quien ya se conoce de toda la vida.
Por un lado, el autobús urbano con su rutina de paradas, anuncios y prisas. Por otro, mujeres vestidas con sus trajes de flamenca —elegantes y orgullosas— que convierten el asfalto en pasarela improvisada mientras esperan, como cualquier vecina que pasa el bonobús.
Y es que aquí, cuando llega la Feria, no hay barreras entre la ciudad del día a día y la del albero y la fiesta. Todo se mezcla: la acera, el arte, la prisa y el azahar.
Me maravilla cómo en Sevilla la celebración no empieza solo cuando se pisa el Real. Empieza en casa, en la peluquería, en la parada del bus. Empieza cuando alguien se planta una flor en el pelo por la mañana y sale al mundo con todo el poderío.
La Feria no necesita permiso. Se cuela en la ciudad por todas partes. Y entonces sucede: cualquier día, en cualquier parada de cualquier calle sevillana, en medio del tráfico y los edificios modernos, de pronto te sorprende una escena como esta.