Amanece (que no es poco...) y al despertar, un cielo gris me recibe, pero de un gris oscuro, casi negro a ratos…
Cada día el cielo cambia de humor constantemente, moviéndose entre la calma y la tormenta, entre la luz y la oscuridad. A veces el sol asoma tímidamente para desaparecer detrás de un manto de nubes negras que lo vuelven todo gris.
Necesito sol, que la luz permanezca. No es que piense que el sol lo cambia todo; es porque su luz y calidez me recuerdan que la vida fuera sigue latiendo, esperando que regrese a ella.
Recientemente he sentido que soy sensible a los cambios del clima (meteorosensible, creo que se llama), que se cuela en mis pensamientos, en mi vida, en el ánimo… más de lo que quisiera. Es como si cada nuevo día gris pesara un poco más, como si esta inestabilidad meteorológica reflejase una incertidumbre más profunda. Es una niebla pesada que a veces desaparece con un día soleado, pero en otras ocasiones se pega a la piel como si no conociera otro refugio.
Hoy miro esta foto (que no la hice hoy, ni ayer, ni antes de ayer…). La miro y, viendo esta luz frágil y suspendida, me doy cuenta de lo mucho que necesito la claridad, que la luz me atraviese y me sostenga aunque sea un solo instante más.
Tal vez no podamos controlar el clima ni las nubes que nos cubren, pero siempre podemos buscar nuestra propia luz, aunque sea frágil y suspendida.
(𝒳á𝓁𝒾𝓂𝒶)
Foto: Luz suspendida contra cielo azul del atardecer.
Momento musical: Divenire - Ludovico Einaudi