Dama amarilla con lunares, pequeña viajera de oro y misterioso caparazón. Portadora de buena suerte, tu lento caminar inspira a buscar la paz interna, a hallar en lo simple la vida, y en lo pequeño la grandeza.
El tiempo es un río constante que nunca se detiene, y en su flujo, todos somos pasajeros.
Hoy cumplo 57 años, un número que simboliza experiencia, madurez y, sobre todo, gratitud. A lo largo de estos años, he tenido la oportunidad de experimentar una infinidad de momentos que han enriquecido mi vida, y quiero expresar mi agradecimiento a todos los que han estado conmigo en este viaje. A mis amigos, mi familia y todos los seres queridos que han dejado huella en mi corazón. Agradezco cada palabra de aliento, cada gesto de amor y cada momento de compañía.
Para terminar, quiero compartir con vosotros un poema que siempre ha resonado en mí: "La leyenda del tiempo" de Federico García Lorca. Este poema no solo refleja la belleza de la poesía, sino que también captura la esencia del paso del tiempo, un tema especialmente pertinente en un día como hoy.
Belén (Xálima)
"El sueño va sobre el tiempo
flotando como un velero.
Nadie puede abrir semillas
en el corazón del sueño.
¡Ay, cómo canta el alba, cómo canta!
¡Qué témpanos de hielo azul levanta!
El tiempo va sobre el sueño
hundido hasta los cabellos.
Ayer y mañana comen
oscuras flores de duelo.
¡Ay, cómo canta la noche, cómo canta!
¡Qué espesura de anémonas levanta!
Sobre la misma columna,
abrazados sueño y tiempo,
cruza el gemido del niño,
la lengua rota del viejo.
¡Ay, cómo canta el alba, cómo canta!
¡Qué espesura de anémonas levanta!
Y si el sueño finge muros
en la llanura del tiempo,
el tiempo le hace creer
que nace en aquel momento.
¡Ay, cómo canta la noche, cómo canta!
¡Qué témpanos de hielo azul levanta!"
[Federico García Lorca, Así que pasen cinco años (1933)]
Hay momentos que nos transportan de vuelta a nuestra juventud más tierna, a esos días llenos de descubrimientos y sueños sin límites.
Recientemente, he tenido la oportunidad de pasear por Cáceres y, bajo el manto azul de la noche, me sumergí en una cascada de recuerdos.
La luz tenue de la farola no solamente iluminaba las escaleras hacia el Arco de la Estrella, invitándome a adentrarme de lleno en la Parte Antigua, como antes la llamábamos, sino que también, y aún más fuertemente, daba luz a un camino hacia mi pasado.
Subiendo la escalinata sentí el murmullo de los recuerdos. Cada piedra parecía susurrar historias antiguas. Era como si el lugar mismo fuese consciente de su poder evocador, invitándome a perderme en las memorias de una época en la que todo parecía posible.
Sí, este paseo nocturno fue más que una caminata; fue un viaje al pasado, una reconexión con esa adolescente soñadora que aún vive en mi interior. Recorrer sus calles nuevamente, me recordó la importancia de conservar esa chispa de curiosidad y asombro, de mantener vivo el espíritu aventurero que todos llevamos dentro. A veces, en la vorágine de la vida adulta, olvidamos la magia que nos rodea, pero lugares como este sirven como recordatorio de que siempre hay historias esperando ser descubiertas, tanto en el mundo que nos rodea como en los rincones de nuestra propia mente.
Así que, mientras observaba la silueta de la Torre de Bujaco recortada en el cielo nocturno, me dije algo a mi yo de ahora: nunca dejes de buscar la magia en lo cotidiano, de escuchar el murmullo de los recuerdos y de permitir que la imaginación te lleve a lugares maravillosos, tal como lo hacía en la adolescencia. Porque al final del día, esos recuerdos y sueños son los que mantienen viva la llama de nuestra curiosidad y nos inspiran a seguir explorando el mundo con ojos llenos de asombro.
Dedicada con cariño a Cáceres, donde llegué siendo una niña y de la que salí convertida en una mujer. Durante más de una década, Cáceres fue mi hogar, mi aula y mi refugio. Gracias por cada rincón, cada experiencia y cada persona que hicieron que esos años fueran inolvidables.